Ya no quiero ser Plensa, ahora quiero ser Ai Weiwei y haber nacido en China (el país de moda) ser hijo de un poeta represaliado por el maoísmo y después haber vivido en el East Village de Nueva York (diez o doce años) conociendo la versión descarnada del capitalismo. Pasearme ahora por todo el mundo dejando bien claro cuan injustos son casi todos los gobiernos. Admirar a Duchamp y hacer obras de gran envergadura con muchos elementos: cientos de bicicletas, miles de sillas y banquetas, millones de semillas de girasol de cerámica, cientos de chalecos salvavidas de los que utilizan los refugiados. Hacerme unas fotos tirando un jarrón de la dinastía Han. Convencer a mi mujer para que se suba las faldas ante el retrato de Mao y demostrar que su obra no nos merece respeto. Hacerle la peineta a la Ciudad Prohibida y a la Casa Blanca. Ser un tanto ególatra (nadie es perfecto) y, cuestionando la autoridad como norma, adquirir un prestigio mundial como defensor de los derechos humanos. No profundizar demasiado en algunos temas, hasta llegar a compartir conferencia con Puigdemont en Bruselas. Y poder ir a Lladoners y comprobar qué modernas y humanas son las cárceles contemporáneas en España (se hacen talleres de arte). Y visitar a algunos políticos en prisión preventiva (ya sabemos por qué motivos) y poder decir: qué sensibles son (escriben poesía) y qué simpáticos.