CIUDADES

Sí, vale. Todo lo que empieza acaba o se transforma (J. Wagensberg). Algunas veces lo he pensado: la mayor parte de la gente que transitaba por este mismo paseo cuando yo era niño ya no está. La gente que pasea ahora es otra, se ha renovado: ahora son los hijos de aquellos, los nietos, acaso los biznietos. Eso mismo pasa con las ciudades: se renuevan. La fuerza inmediata de renovación puede ser la economía, pero también el envejecimiento de los materiales y el cambio de necesidades y gustos. De momento están a salvo las edificaciones de más prestigio, relativamente protegidas por una laxa normativa que no siempre es capaz de garantizar la protección de todas. El problema que ya vivimos en la ciudad es que la transformación, al parecer inevitable, nos entregue unas calles inhabitables en su mayor parte, con una arquitectura pobre y vulgar, sin coherencia ni expresividad. Quizá sea una suerte para nosotros no llegar a ver cómo se “renueva” ese edificio modernista que ya ha aguantado más de cien años o ese otro residuo de piedra con arcos de medio punto y adornos ajedrezados que todavía resiste y ya ha cumplido los novecientos.