Controlo (temporalmente) las fachadas, las ventanas y los balcones de los edificios oficiales que pertenecen a todos los ciudadanos, entre los cuales al menos la mitad no están de acuerdo en que yo los utilice para hacer propaganda de lo que a mí me importa. Y como instancias superiores me indican que, al menos, durante la actual campaña electoral sea neutral y no utilice esos elementos arquitectónicos para hacer mi propaganda, yo me limito a cambiar los símbolos de color o a poner otros distintos en lugar de los anteriores: qué astuto y qué infantil. Me acuerdo de aquel aviso que en los tranvías de mi infancia decía: “Prohibido fumar o llevar el cigarro encendido”, casi un chiste que delataba (o se adelantaba) a la astucia de algún transgresor de la simple (y necesaria) prohibición de fumar en un transporte público.