¿Quién no ha diseñado alguna vez una lámpara? Digo lo mismo que ya dije de las sillas: basta ya de nuevas sillas y basta ya de nuevas lámparas. Hay demasiadas lámparas en el mundo. Nada más fácil que suspender una bombilla en algún tipo de soporte camuflado que la sustente tras un impedimento textil, plástico, metálico o de cristal con la idea (en el mejor de los casos) de matizar la luz y el resultado (muchas veces) de impedir que la luz pase. ¿Puedo yo también diseñar una lámpara? ¡No, y mil veces no! Los comercios de iluminación tienen los techos atiborrados de lámparas inverosímiles, y la mayor parte de ellas sólo sirven para llenar de confusión las mentes y afligir innecesariamente a las personas. Uno de mi pueblo estaba orgulloso porque había tenido la idea de esconder una bombilla tras una teja: claro, también él tenía derecho a diseñar una lámpara. Olvidemos la inútil retórica del adorno, defendamos la sencillez y vayamos con valentía a la bombilla pelada, esa cebolla luminosa que regala generosamente toda la luz que es capaz de emitir.